miércoles, 25 de noviembre de 2009

CIVILIZACION MUSULMANA




En los siglos XIX y XX los musulmanes experimentaron una serie de desastres. La lenta erosión del poder en los límites fronterizos de su mundo durante el siglo XVIII se trocó en una decadencia galopante tan pronto como el imperialismo europeo envolvió a su comunidad. Ello trajo consigo todo un rosario de amenazas al corazón mismo de la civilización islámica: misioneros cristianos, filosofías seglares, la doctrina racionalista y una visión puramente terrena del progreso, todo ello apoyado por una prosperidad y por un poder materiales sin precedentes. Los musulmanes no estaban preparados para dar la respuesta adecuada. Los mismos movimientos revitalizadores, producto de la nueva savia que surgió a lo largo del mundo muslímico desde mediados del siglo XVIII, sólo podían ofrecer una resistencia temporal e insignificante. Aún así, su nuevo espíritu y sus ideas proporcionaron alguna base duradera a las respuestas musulmanas; lo cual tuvo su importancia, porque los procesos desencadenados por Europa fueron lo bastante poderosos como para hacer que los islámicos marchasen a su ritmo, como empezaban a hacerlo todos los seres humanos.
El comienzo simbólico de la nueva era llegó con la invasión francesa de Egipto, en 1798. El ejército revolucionario representaba las nuevas fuerzas de la razón, del nacionalismo y del poder estatal; su acción compendiaba la nueva confianza de los europeos, que desde la época de las cruzadas no habían osado violar la situación del Mediterráneo oriental. A los tres años, británicos y otomanos habían expulsado a los intrusos; pero había empezado la vigorosa marcha europea hacia delante. En las islas del sureste asiático, el gobierno holandés se hizo con el control de la Compañía de la India Oriental en 1800 y extendió su autoridad por el archipiélago, en un proceso que terminó con la guerra de Aceh en 1908. En la India, los británicos eran reconocidos como la potencia suprema en 1818, y cuarenta años después controlaban a toda la población, ya fuera directamente, ya a través de príncipes indios. Las exigencias estratégicas de tan vasta posesión los empujaron hacia otros territorios musulmanes. Los afganos, favorecidos por su medio, sus hábitos belicosos y su posición de parachoques entre las ambiciones de la India británica y la Rusia zarista, fueron capaces de mantener su independencia. En el Golfo Pérsico, por otra parte, el poderío británico iba en constante aumento, al tiempo que crecía en el Irán meridional y a lo largo de las costas arábigas del Océano Índico. Más al oeste, la construcción del Canal de Suez en 1869 y la competencia europea por el poder, culminaron en el gobierno de amplios territorios muslímicos. En 1882 los británicos ocuparon Egipto, lo cual produjo, a su vez, el establecimiento en 1898 de un “condominio” anglo-egipcio sobre el Sudán del Nilo, en el que fueron los anglosajones los que ejercían realmente el poder. En la costa oriental africana compartieron las considerables posesiones de los sultanes de Zanzíbar con Alemania e Italia, mientras que lejos de allí, en la otra ribera del Océano Índico ya habían empezado hacia la década de 1870 a reforzar su hegemonía sobre los sultanatos de los diferentes Estados malayos.

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